Esta es probablemente una de las peores ideas que se han tenido nunca, y por eso mismo hay que alabarla y analizarla. Hay varios factores a tener en cuenta a la hora de aplicar velocidad a un carriola, como la velocidad máxima que puede alcanzar esquivando peatones, la posibilidad de tener atado al perro y una cuestión primordial: el peso y la forma necesarias para que un bebé llegue a ser aerodinámico. Es decir, ¿cómo hay que colocarlo para que corte el viento? Porque hay que tener todo calculado. Cuando el niño hace de las suyas hay que parar el mundo, colocarlo donde sea y cambiarle los pañales, pero, ¿y cuándo es al contrario? ¿Acaso nos va a cambiar nuestro bebé los pañales? No. ¿Por qué? Porque los hijos son unos desagradecidos. Así que tendremos que correr al bar más cercano, pero no podremos correr por el niño, y eso generará una frustración en los padres que les hará sufrir un conflicto interno entre el amor paterno-filial y el amor a un esfínter sano, sin desgarramientos.
Menos mal que hay padres responsables que piensan en sí mismos y estudian la forma de librarse de los niños en casos de necesidad:
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